Luego de varios meses por fin el jurado había llegado a un veredicto:
– ¡CULPABLE! Declaró el jurado al unísono.Eso quería decir solamente una cosa, Sergio Velázquez sería condenado a cadena perpetua por el asesinato de una familia constituida por seis integrantes. Rápidamente los guardias lo esposaron y lo condujeron hacia el transporte que lo conduciría a lo que sería su última morada.
Cabe mencionar que Sergio permanecía totalmente tranquilo, inclusive se podría decir que disfrutaba del momento burlándose silenciosamente de quienes lo habían sentenciado.
Subió al camión y esperó pacientemente hasta llegar al reclusorio. Allí ya lo estaban esperando el jefe de los celadores y el director del penal.
Como se trataba de un reo de alta peligrosidad, fue enviado inmediatamente al pabellón de aislamiento. Aquel era un lugar que daba muchísimo miedo. En los pasillos no había luz a excepción de unas cuantas lámparas que servían para que los guardias pudieran realizar sus rondines sin inconvenientes.
Por su parte, las paredes de las celdas estaban construidas de roca sólida. Algo que no he indicado es que sus cimientos descansaban sobre un río subterráneo. Por ese motivo, las filtraciones de agua eran frecuentes y por ende las enfermedades causadas por la humedad así como por ratas estaban a la orden del día.
A Sergio le fue asignada la celda marcada con el número siete, ubicada a unos cuantos pasos de la salida. Al poco tiempo se hizo de noche y las luces se apagaron.
Un ruido muy fuerte hizo que el hombre se despertara, observó como una de las rocas de la pared que conducía hacia la libertad se estaba moviendo sola.
– Es sólo un sueño.- Pensó.
Trató de volver a dormir, pero no pudo hacerlo ya que una voz lo llamaba en repetidas ocasiones:
“Esta es tu oportunidad de quedar impune de todas sus fechorías. Lo único que debes hacer es traspasar ese muro y estarás libre”.
De un brinco Sergio bajó de la cama y siguió las órdenes sin vacilación. Sin embargo, al completar dicha tarea se percató de que ingresó a un cuarto en donde había cientos de huesos apilados unos sobre otros.
Asustado, llamó a los guardias con toda la fuerza de sus pulmones, pero ya era muy tarde, la paredes se contrajeron formando una sola dejándolo empalado en medio.
A la mañana siguiente, los policías únicamente encontraron un charco de sangre.
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