En esta ocasión publicare el cuento de un amigo mío Isaac Vargas Cárdenas, talentoso escritor, sus historias son vividas y su atmosfera delirante te transporta a un mundo Oscuro y siniestro.
Fuente: http://hail-to-the-geek-imaginerias.blogspot.mx/2015/04/cuentos-de-pesadilla-de-penumbras-y.html
Manuel corría desesperadamente; sabía que sí se detenía aquel hombre no se tentaría el corazón para matarlo.
Y todo por un perro.
Su negocio como narcotraficante había bajado tanto por la competencia que el secuestro de perros le venía bien.
Pero jamás se imaginó que la horma de su zapato sería alguien con semejante aspecto. Aquel anciano parecía completamente indefenso.
Y aun así se las arregló para arrebatarles la vida a sus dos socios en un santiamén. No se trataba de un viejo ordinario.
Siguiendo la dirección del rio, Manuel trataba de escapar de su perseguidor. Era sorprendente que a pesar de su avanzada edad el viejo le siguiera los pasos tan de cerca. Aunque las décadas de adicción al tabaco y la marihuana no favorecían a Manuel en su desesperada huida.
Al ir avanzando el secuestrador no dejaba de recriminarse el haber dejado sus armas en el rancho. Fue muy confiado porque parecía un negocio fácil. Y pagaría muy caro las consecuencias.
-¡¿Por qué?! ¡Maldita sea! ¡Jamás salgo sin ellas y justamente hoy tenía que olvidarlas!
Manuel era un hombre de unos cuarenta años y corría a toda la velocidad a la que su cuerpo se lo permitía y a pesar de que su perseguidor tenía al menos un cuarto de siglo más no lograba desembarazarse de él.
El ex-traficante de mediana edad avanzaba impulsado por la adrenalina pero aquel anciano parecía avanzar con el impulso de la locura.
Manuel sabía que si alcanzaba a llegar a la parte más densa del bosque estaría a salvo, aunque esperaba con un terror inmenso a escuchar el sonido del revolver del anciano.
Veinte minutos atrás vio con sus propios ojos como aquel hombre le pegaba dos tiros en medio de los ojos a sus asociados, con una puntería tal que Manuel estaba seguro de que aun al encontrarse a una distancia considerable del asesino, este este podría fácilmente pegarle un tiro por la espalda sin fallar.
Lo que él se preguntaba era porque no lo hacía.
Parecía que quisiera verlo correr por su vida, siguiendo la dirección del rio.
Manuel sabía que no era un hombre decente. Muchas veces al estar traficando no dejaba de preguntarse a donde irían a para aquellos estupefacientes. ¿Los consumirían niños? Tal vez. Pero eso al poco le importaba. Cada vez que sentía un atisbo de remordimientos, sabía que lo único que necesitaba para acallarlos era una dosis de su piedra más dura. Pensaba que si no los distribuía él sería alguien más. Realmente ¿Qué importaba? La droga siempre fluye…
Más ahora que se encontraba cara a cara con la muerte deseaba no haberlo hecho jamás.
La distancia que separaba al cazador de su presa se iba acortando poco a poco y Manuel sabía que estaba perdido.
En el rio nadie oiría sus gritos.
Entonces pensó que tal vez sí aquel hombre recibía lo que estaba buscando lo dejaría en paz. Manuel dejó el costal que venía cargando desde hace varios kilómetros en el suelo, rogándole a Dios que ese horrible chihuahueño fuera realmente el perro del anciano.
Levantó las manos en señal de que se rendía; le devolvería a su mascota con la esperanza de que aquel hombre le perdonara la vida. .
Más en respuesta el viejo acciono el gatillo de su revólver, volándole por completo la rodilla izquierda.
Manuel lanzo un chillido parecido al de un cerdo, sangrando profusamente por aquella certera herida.
-¡¿Está loco, viejo imbécil?! – grito el secuestrador.
-¡Aquí tiene a su puto perro! … por favor, se lo suplico, déjeme ir…- balbuceo entre dientes Manuel, llorando como un cobarde.
Pro el anciano contestó con una horrible carcajada que le heló la sangre, para después explicarle por qué lo mataría.
_Muchacho, esto no es por un asqueroso perro- dijo el hombre, escupiendo al piso.
-Sabes, yo solía ser un pistolero a sueldo, el mejor de todos- dijo el viejo encendiendo un cigarrillo, para después aplastar violentamente el costal con el pie, hasta que de la tela chorreaba sangre.
- Veras hijo, es por principio. A un cabrón como yo, nadie lo extorsiona.
Manuel estaba aterrado al presenciar como aquel hombre pisaba a su propio perro como si fuera una colilla de cigarro.
-¿Por qué? Fue lo último que alcanzó a pronunciar el secuestrador de perros, mientras observaba sollozando el costal sanguinolento, para después volver su mirada hacia la fea cara del anciano, distorsionada por una horrible y cruel sonrisa. Una antesala aterradora al infierno que lo esperaba…
-¿Y por qué no?
Fue lo único que contestó el viejo, lanzando una bocanada de humo.
Y apretó el gatillo.
Nadie escucharía los disparos cerca del rio.
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