Autor: Isaac Vargas Cardenas |
Con
sus aletas él podría lograr lo imposible, todo era cuestión de determinación.
Pero sabía que necesitaría de un maestro, y también estaba consciente que no
podía confiar en las aves pues además de que ellas eran conocidas devoradoras
de peces todos conocían que eran egoístas en cuanto al dominio del cielo se
refiere. Así que, ¿Qué hacer?, se preguntó el pequeño pez para sus adentros.
Pronto
se dio cuenta que sus problemas no tendrían una fácil solución pues al llegar a
la conclusión de que tener un maestro sería imposible, tendría que aprender él
mismo. Pero él había tomado una decisión y nadie podría detenerlo en su empeño
de volar.
Así
que el pequeño pez buscó un lugar tranquilo donde entrenarse y después de nadar
por muchos días dio con un pequeño estanque cerca de una villa en una playa de
la India. Al sentirse a sus anchas el pequeño pescadito adoptó ese lugar como
su hogar por un tiempo. Al pasar de los días, las semanas y los meses el
pequeño pescadito se iba transformando en un pez cada vez más grande y
majestuoso, y siempre estaba saltando sobre el agua con la intención de habitar
los cielos, dando fuertes aletazos podía mantenerse unos segundos fuera del
agua, pero el resultado siempre era el mismo, al final volvía a sumergirse en
ella.
Una
cálida mañana cerca de la costa el hijo de un brahamán observó al majestuoso
pez volador y quedó cautivado por su espíritu de lucha, él sabía lo que el pez
intentaba y el solo hecho de encontrar a una creatura así le pareció
fascinante. -“Ciertamente, este no es un pez como cualquier otro” Ese
pensamiento produjo una profunda huella en el alma del muchacho, él debía
asegurarse de que aquel pez cumpliera su cometido.
Aquel joven niño era un soñador, pues su espíritu era libre como el del
majestuoso pez que trataba de volar, y quizás el destino es cruel a veces para
algunos, pero para otros abre oportunidades únicas hacia el descubrimiento de
la felicidad, llegada la noche de ese día, el día de su primer encuentro con el
pez volador, el niño fue con su padre el brahamán y le preguntó: -Padre ¿tú
crees que uno debe dar las cosas por sentado y que tratar de cambiar es algo
vano? El brahamán miró a su hijo un poco sorprendido al ser cuestionado con
semejante pregunta, y tosiendo un poco, pues el calor y el polvo dentro de la
casa eran sofocantes.
Contestó
lo siguiente: -Hijo, todo cambio genuino viene del interior de una persona, la
vida está en el interior, como por ejemplo, nuestra Tierra, que por dentro
lleva la vida de mil volcanes y aunque parece inmóvil, nunca está quieta.
Uno
puede cambiar cuando lo decide pues nosotros, como la Tierra, llevamos el fuego
de la vida en nuestro interior. En ese momento el muchacho comprendió que debía
ayudar a aquel pez a volar pues si una persona puede ayudar a otros, es justo
que lo haga. Eso, recordaba, se lo había enseñado su abuela al hablarle sobre
el espíritu de comunidad.
Había
estado pensado toda la noche en una forma de ayudarlo. Sabía que no sería fácil
ya que los peces no hablan el lenguaje de hombre, pero todos los animales
responden a una cosa, pensó, todos sin excepción, llevaba bajo el brazo una
lata llena de jugosos gusanos que había recogido durante la madrugada y al
llegar cerca del estanque trepó a un árbol muy alto que estaba sobre una
saliente, justo a un costado del estanque del pez volador.
El
niño trepó hasta la cima del árbol sin dejar de observar al pez, y éste a su
vez, sintiéndose observado puso la mirada fija en el muchacho. Cuando sus
miradas se cruzaron el hijo del brahamán no pudo evitar sonreír. Sabía que de
alguna forma el pescado entendería cuales eran sus verdaderas intenciones.
Alargó
el brazo sosteniendo una jugosa lombriz y sacudiéndola enérgicamente gritó:
-¡Si en verdad quieres volar, alcanza esta lombriz! El pescado, hambriento
después de una larga jornada de saltos, no dudó en tratar de alcanzar al
gusano, ni siquiera se detuvo a pensar en las intenciones de aquel muchacho, y
bajando hasta el fondo del estanque para tomar un gran impulso saltó con todo
lo que pudo, pero para su sorpresa solo se quedó a la mitad del camino.
El
niño sabía que la tarea no sería fácil así que no se desilusionó al ver que el
animal no pudo acercarse a la meta, sino que más bien eso lo motivó para
apoyarlo el tiempo que fuera necesario, ya que él sabía que esa magnífica
creatura lo lograría. Después del primer intento del pez el muchacho pensó en
recompensarlo con una lombriz, pero súbitamente cayó en la cuenta de que tal
vez eso no ayudaría, el pescado tendría que esforzarse más para recibir su
recompensa, el hijo del brahamán estuvo trepado en aquel árbol durante todo el
día con el brazo estirado hacia el cielo esperando que el gran pez lo alcanzara
y ciertamente tras cada intentó el pescado se acercaba cada vez más y más,
milímetros, centímetros más cerca, el muchacho quedó fascinado con la
determinación de aquel animal y como recompensa después del arduo día de
entrenamiento, le entregó al pez todas las lombrices de la lata, y regresó a su
aldea después del ocaso.
Al
llegar a su casa su padre le preguntó qué había estado haciendo todo el día a
lo que el niño respondió: -“Ayudando a alguien a cumplir su destino” Las palabras
de su hijo le parecieron muy extrañas al brahamán, pero sabía que decía la
verdad pues conocía el corazón de su hijo como solo un padre puede hacerlo, él
sabía que su hijo era un niño noble e inteligente, probablemente mucho más que
él cuando tenía su edad.
Siempre
le pareció muy precoz pero el último par de días sentía que estaba cambiando,
creciendo en su conciencia y sabiduría y no podía sentirse más orgulloso. “¿Cuál
será la misión en la que se ha embarcado esta vez mi pequeño?, se preguntaba el
brahamán; ¿ayudar a algún anciano o ancianita con las labores del campo? ¿Enseñar
a otro niño a leer? Sea cual sea su misión en estos días pienso que es la
correcta para él.” Al día siguiente el muchacho partió de madrugada nuevamente
hacia el estanque, llevando una lata aún más grande de lombrices que pasó
recolectando gran parte de la noche. Sonriente, no dejaba de pensar que el
pescado al que ayudaba era un ser extraordinario.
Al
llegar al lugar donde se encontraba el árbol al que había subido el día anterior,
se detuvo un momento para contemplar el sol del amanecer y le pareció una vista
magnifica. Las nubes formando grandes cúmulos gaseosos le daban a ese amanecer
en particular una tonalidad que el muchacho no recordaba haber visto nunca, un
anaranjado brillo que lo invitaba a soñar en lo imposible. “En verdad que esta
vista es digna de un príncipe”- pensó-“pero me pregunto si alguien que lo tiene
todo se tomará el tiempo de disfrutar de algo que no cuesta nada” Sonrió al
pensar en esta ironía, pues quien lo tiene todo a menudo no disfruta realmente
de nada.
El
conocía a gente acaudalada, amigos y discípulos de su padre, quienes venían de
todas partes del mundo a buscar consejo y no le parecía que fueran felices,
sino que sólo buscaban un alivio para su tristeza, algo con que llenar el vacío
de sus almas. Pero esa gente no podría ser feliz nunca si no sentían la vida en
su interior, el fuego sagrado del espíritu que nos anima a todos y que nos
motiva a superar las adversidades y los retos de cada día.
Súbitamente
la ironía dejo de parecerle graciosa y sintió lastima por aquellos hombres de
mirada vacía que iban a pedirle a su padre guía espiritual, realmente el niño
no podía ayudarlos y lo único que estaba a su alcance era desearles lo mejor.
Pero el muchacho era sabio como su padre y si bien era consciente de que ayudar
a los viajeros que llegaban a su humilde casa era tarea del brahamán, él se
conformaba con ayudar a un pez, pues pensaba que las motivaciones de aquellos
hombres eran igual de válidas a las de una creatura que sueña con volar.
Después de estar embebido en sus pensamientos por largo rato, trepó nuevamente
al árbol y fijando sus ojos en el estanque, o mejor dicho, en lo que él sabía
que habitaba en el estanque, gritó: -“Hoy es un nuevo día, amigo mío, y estoy
seguro de que tienes hambre.
¿Qué
te parecen unas ricas lombrices? ¡Salta si quieres volar! Al oír esto el
pescado sintió una gran alegría, pues su amigo había vuelto. Alguien comprendía
su sueño y ya no se sentía solo, ya que al saber su pretensión de volar todos
los de su especie lo habían abandonado, tildándolo de loco.
El
pescado nunca habría imaginado que la ayuda la recibiría de un ser humano; es
bien sabido por todas las creaturas en este mundo que ellos se creen superiores
por alguna razón, más los animales reconocen cuando otro ser es malvado, y para
cualquier animal, sólo el hombre puede llevar oscuridad en su corazón.
Pero
el hombre también es capaz de proyectar una gran luz, una amable bondad que
supera a la más negra oscuridad, lo que hace al ser humano una creatura de
contrastes, como el día y la noche, el cielo y la tierra; así está dividido el
corazón del hombre, al ser capaz de los actos más crueles y violentos o del
amor más grande y puro. -“Realmente son complejos, estos humanos.”-Pensó el
pescado al ver la gran sonrisa e la inocente cara del niño-“normalmente
desconfiaría de cualquiera de ellos, mas este niño parece entenderme, estoy
seguro de que es así. ¡Ahora tengo un maestro!” Sintiéndose animado por el
muchacho, el pez reunió toda su energía para dar su mejor salto, concentrando
toda la energía posible en cada fibra de su ser. Sumergiéndose en lo más
profundo del estanque se preparó para el vuelo. Sintió una gran determinación,
un deseo tremendo de cumplir su sueño al saber que había otros seres que lo
comprendían y a la vez la alegría que invadía su corazón alimentaba ese
sentimiento y ese sueño de volar. Ese día decidiría su destino, tenía que
lograrlo. Saltó una vez, y después otra y una siguiente, acercándose cada vez
más a su objetivo. Ya no existía marcha atrás.
A
medida que se acercaba a la meta, sus ojos parecían brillar con un fulgor
apasionado, una urgencia única de cumplir con su objetivo. Y cada vez se
encontraba más cerca. Un centímetro. Dos. Y luego diez más alto. El majestuoso
animal, motivado por la comprensión de aquel humano ponía un empeño increíble
en lograr su sueño, pues ahora sabía que no era un esfuerzo vano, todo lo que
necesitaba era a otro creyente, alguien que también pensara que soñar no es
algo prohibido.
A
medida que sus saltos aumentaban en altura también se hacían más largos en la
distancia recorrida, pues saltar directamente hacia arriba no tiene mucho
sentido si lo que uno quiere es volar, y en efecto cada vez se asemejaban más
al vuelo de algún ave primitiva, es decir, cada vez permanecía más tiempo fuera
del agua. La alegría en el corazón del pez volador era algo incontenible, pues
sabía que se estaba convirtiendo en lo que siempre había soñado, aun a pesar de
lo que los otros peces pensaran y aún más, estaba, sin saberlo, haciendo
realidad el sueño de aquel niño. Y aunque no lo sabía podía sentirlo
perfectamente pues el espíritu que nos une a todos comunica este tipo de
emociones, ya que el fuego es básicamente el mismo en todas las creaturas. Cada
salto los acercaba más físicamente hasta que por fin el pescado logró arrebatar
una lombriz de la mano del muchacho. En aquel momento sus miradas se cruzaron
en un instante que pareció eterno debido a la felicidad que esto provocó dentro
de ambos; el hijo del brahamán no podía creer que un pez pudiera elevarse tanto
sobre el nivel del agua, y el pez estaba seguro de que ningún otro habitante
del mar podría dar un salto de tal magnitud. ¡El gran pez lo había logrado! Se
había convertido en un sueño viviente y ya nada lo detendría para surcar los
cielos.
Al
caer al agua sintió cómo su cuerpo se había vuelto más liviano debido al arduo
entrenamiento, la velocidad que podía alcanzar al nadar era mayor a la que los
otros peces de su especie podrían aspirar. Y
todo eso se lo debía a un sueño que tuvo de cría y a un muchacho que creyó en ese
sueño.
Pero
ahora era tiempo de regresar con los suyos puesto que el propósito inicial de
su lucha por volar no era que todos los peces volaran sino que se atrevieran a
soñar, y debía regresar a su lugar de origen para demostrar a toda la nobleza
de los sueños. El pez volador se acercó a la orilla del estanque y mirando
fijamente al niño comenzó a soplar burbujas sobre la superficie del agua, era
la única forma en la que podía expresar su agradecimiento hacia el jovencito que
tuvo fe en su sueño. El muchacho sonrió y extendió el brazo para acariciar el
lomo del animal. Sabía que no era necesario pronunciar palabra alguna para
trasmitir lo orgulloso que se sentía de aquella magnifica creatura y aunque
dijera algo, era seguro que esta no lo entendería. Pero el fuego, esa llama del
espíritu que todo lo enciende los uniría en sus corazones por la eternidad, y
aunque era el principio de la vida del hijo del Brahaman estaba seguro que
nunca olvidaría a un soñador tan formidable como aquel pez que soñó con volar.
Al verlo alejarse mar adentro el muchacho contemplo el cielo del ocaso y
comenzó a pensar de nuevo en los infortunios de los viajeros que buscaban el
consejo de su padre. El niño se encamino hacia su casa, con una certeza en su
corazón, él podría ser un gran Brahaman algún día y ¿Quién sabe? Tal vez
incluso uno mejor que su padre pues había descubierto una causa muy noble, el
valor de un gran sueño.
Fuente: http://hail-to-the-geek-imaginerias.blogspot.mx/search?q=pez
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Que buen cuento, el escritor con mucha imaginación
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